Muchas veces me han preguntado ¿me puedo ir así mismo?

Aún ronda en mi cabeza una videoconferencia entre Caracas, Madrid y Tenerife, y uno de ellos le dijo al otro llévate a mi hijo para allá como sea. Palabras desgarradoras, producto del profundo desespero reinante en ese campamento minero llamado Venezuela.

 

Desgraciadamente, y a menos que se tenga algo que ver con España o se tenga un dinerito que pueda destinarse a una inversión, la respuesta no es ni puede ser sencilla, y de entrada se los digo: la peor opción que se puede tomar es emigrar a un país sin poder permanecer legalmente en el mismo, y lo saben los miles de venezolanos que se encuentran por estos lares, dando tumbos por toda la bolita del mundo, sufriendo por no tener su documentación en regla.

Entendemos perfectamente la necesidad que se siente de huir: pero un escape siempre ha de ser planificado al buscar destino y diseñar derrotero, jamás llevado por el puro y simple desespero.

 

La vida en un país desarrollado, con Estado de Derecho, sin papeles, solo puede describirse con una expresión: el ilegal es una nopersona, no existe sino para sí mismo o para los suyos. Para casi todo es necesario contar con documentación. Sin tarjeta de residencia no se puede comprar un coche, y alquilar un inmueble puede resultar una odisea.

 

El irregular puede ser detenido, incluso vejado y atemorizado, por funcionarios con escrúpulos o sin ellos, pero cuya actuación única va a ser siempre la misma: la denuncia. Se corre el riesgo constante de que lo pillen en un control cualquiera, de que lo deporten, de no poder trabajar porque no hay quien le de trabajo, o lo que es peor aún, de verse explotado por jefes inescrupulosos, estafado por paisanos, de no poder asegurarse un futuro, entre una lista muy larga de etcéteras...

 

De contrato de trabajo ni hablar, y el camino a la residencia por circunstancias excepcionales pasa, necesariamente, por un período de tres años para poder pedir el arraigo social (artículo 124.2 del Reglamento de la Ley Orgánica sobre derechos y libertades de los extranjeros), pero siempre contando con un posible contrato de trabajo.

Pero a fecha de hoy, trabajo NO HAY. Y si no tienes papeles, menos. Tampoco es válida la contratación en origen para obtener el visado de trabajo, ya que está sujeta a su solicitud por parte de un patrono que tiene que estar solvente con Hacienda y la seguridad Social, y que la misma sea aprobada antes que nada por el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) conforme a la Situación Nacional de Empleo.

 

Se puede entrar como turista, y quedarse en España, pero la prolongación de la estadía es, por sí sola, una infracción que puede ser castigada con multas de más de 501€, orden de expulsión, y hasta penas de prisión (ver artículos 50 y siguientes de la Ley 4/2000, de 11 de enero, sobre derechos y libertades de los extranjeros en España y su integración social).
 

La visa de estudiante, que se ha usado como trampolín de salida, es una quimera que permite a la persona y a su familia estar en España, única y exclusivamente estudiando, sin poder trabajar formalmente salvo con un contrato de prácticas; y que obliga al titular del visado el aprovechamiento de la actividad académica para poder solicitar su renovación. Bueno, no tan quimera, pero es que no sirve para obtener un sueldito digno.

 

Vamos a estar claros: nada es imposible. Existen medios legales para adquirir sus papeles, además de los que les he contado aquí.

Pero no crean en cuentos de camino: nada de que el cuñado de primo del pana le pagó a fulano de tal para que le consiguiera un carnet, olvídalo. Eso aquí no existe.

Desde esta muy humilde tribuna, yo solo les recomiendo una cosa. Planifiquen bien lo que van a hacer. Por favor.
No hay soluciones mágicas, y la emigración por supuesto que no lo es.