Hoy es el Día Mundial del Refugiado.
Estos tiempos, en los que los países de la Unión Europea se "reparten" los cupos de refugiados de las pateras, y cuyo drama humano es inimaginable, me hacen elevar mi voz a favor de mis paisanos.
Cierto es que la gran mayoría de esa gente llega a nuestras costas escapando de una guerra, tras haber pasado por las manos infamantes de los traficantes de seres humanos.
Pero no es menos cierto que en mi país de origen se vive una guerra no declarada, donde mueren más personas a manos del hampa y del hambre que en cualquiera de los conflictos del Medio Oriente, con toques de queda (curfews) no decretados por el régimen, sino declarados por el sentido común, y un desabastecimiento que no permite llenar las necesidades calóricas básicas de un gran segmento de la población, muy al margen de su estatus social.
Es decir, se vive una emergencia humanitaria en toda regla, aunque la misma no haya sido reconocida por nadie, pero que es más que un hecho notorio.
Y he aquí que la aplicación estrictísima de la Ley 12/2009, de 30 de octubre, reguladora del derecho de asilo y de la protección subsidiaria, ha cerrado esa puerta para demasiados venezolanos que son, efectivamente, refugiados, y no solo por razones políticas.
Por demás, España está desaprovechando todo el talento de los profesionales que están huyendo, y que no consiguen apoyo alguno por estos lares.
Creo que es hora de tocar a esa puerta, y comenzar a abrirla.