350, GRITO DE LIBERTAD

“El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos.”

 

El derecho constitucional a la rebelión no es de nueva data en Venezuela: ya aparece desde la Constitución de 1811, aprobada por los representantes de las siete estrellas de la bandera.

La aplicación efectiva de dicho artículo, en público pronunciamiento, la hicimos el 22 de octubre de 2002, cuando levantaron en la Plaza Altamira su voz de rebelión y libertad 14 oficiales Generales y Almirantes de las otrora orgullosas Fuerzas Armadas Nacionales, en compañía de un número muy apreciable de Oficiales Superiores y Subalternos, Suboficiales y tropas de todos los componentes, a los que acompañamos muchos civiles, convencidos de la necesidad de dicha acción.

Y esa denuncia constitucional ha sido repetida en múltiples oportunidades, con el pueblo en las calles enfrentado a los sátrapas, en las guarimbas de febrero de 2003, gesta repetida en incontables oportunidades por los jóvenes estudiantes de las Universidades venezolanas, que se han dejado matar por los esbirros del régimen en patrio sacrificio, sin contar con el apoyo suficiente de muchos y, es menester decirlo, de gran parte de la población, atenazada por el miedo.

Muchos de esos muchachos languidecen, olvidados por todos (salvo por sus familias), en sus tumbas, particulares o públicas, en digno ejemplo de lo que sufrieron los padres de la democracia venezolana, aquellos jóvenes de la generación del ’28, que acuñaron el dicho “unión en las cárceles, paz en los cementerios y trabajo en las carreteras”, en respuesta a la tiranía gomecista.

Nada ha cambiado en todos estos años. Cambian los estilos de tumbas: muertes sospechosas y asesinatos a sangre fría, desapariciones forzosas, encarcelamientos sin juicios, y la ignominia de la tortura llevada a cabo por seres que, perdida toda noción de humanidad, solo merecedores del Séptimo Infierno de Dante, y castigados por toda la eternidad en aquél río de sangre hirviente, derramada por ellos mismos.

Oh cieca cupidigia e ira folle, che si` ci sproni ne la vita corta, e ne l'etterna poi si` mal c'immolle!

¡Oh ciegos deseos! ¡Oh ira desatentada, que nos aguijonea de tal modo en nuestra corta vida, y así nos sumerge en sangre hirviente por toda una eternidad!

(Dante Alighieri, Inferno, Canto XII)

 

Igual que languidecen los presos olvidados, los anónimos del 11A, los metropolitanos que defendieron a los que quisieron llegar a Miraflores y fueron repelidos por los hordas chavistas, los oficiales que osaron levantar su voz contra el régimen.

Acciones todas ellas de hombres valientes. Y mujeres aguerridas, que algunas también hay.

Así, el 350 es un grito de Libertad, reservado a aquellos que, deseosos de obtenerla, se enfrentaron y se enfrentan a la infame tiranía de forma activa, luchan y se sacrifican, ponen su pecho desnudo a la bala homiciana, arman una barricada, son perseguidos o asesinados. No se puede permitir que sea usado por aquellos que han pretendido hollar la memoria de los héroes, o de los que lo citan desde la comodidad del sillón, y menos aún por politicastros del tres al cuarto que jamás han sabido lo que es una nube de gas.

Desde la trinchera, siempre grité y siempre gritaré LIBERTAD.

Grita tú también LIBERTAD.

Acompaña a Venezuela. Lucha. Haz lo que tienes que hacer. Pero el 1º de septiembre no te quedes en tu casa esperando que otros hagan el trabajo por ti.

Sal a la calle. Une tu voz. Con el miedo que da, pero con valentía. Piensa en la Venezuela que quieres construir, y tú también grita ¡LIBERTAD!

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